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sábado, 9 de marzo de 2013

Recompensa: ¿realidad o juego literario?


Recompensa: ¿realidad o un juego literario?

 

Madrid me sorprende. No deja de sorprenderme cualquier día de la semana. El pasado domingo paseando por la Calle de Colón, cercana a la Plaza de San Ildefonso, encontré que las farolas y árboles estaban llenos de pasquines anunciando vaya usted a saber qué; pintores a domicilios, la pérdida de un animal doméstico, servicios de limpieza de casas o de otras limpiezas más, digamos, personales.

En fin, que al principio no le di la mayor importancia pero al pasar por el enésimo árbol o farola anunciadora algo me llamó la atención: la foto de una maleta rígida, de ésas que se usan para viajes largos para evitar el deterioro de nuestros enseres, y la palabra escrita bien grande, en mayúsculas y negrita, “RECOMPENSA”.

Me detuve, eché un primer vistazo al anuncio para luego entretenerme a leer detenidamente el resto del mensaje. Decía así:

“RECOMPENSA

Se ofrece recompensa a la persona que me robó esta maleta el viernes 1 de febrero con material de foto.

Prometo retirar la denuncia y pagar a quien lo devuelva. Llegaremos a un acuerdo. Si no conoces el contenido de la maleta no llames por favor.

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No pude dejar de leer el anuncio, incluso ahora que escribo estas palabras sigo sin poder despegar los ojos del anuncio, me resulta cuanto menos misterioso y contradictorio; si no, párense a leerlo detenidamente. Si el autor menciona que contiene material de foto, ¿por qué nos indica que si no conocemos el contenido de la maleta no nos molestemos en llamar? ¿Acaso es un mero lapsus gramatical al escribir el mensaje o es algo más? ¿Tiene que ver con el tema de la justicia en la cual no confía y propone por ello llegar a un acuerdo?

No sé ustedes pero a mí me sigue intrigando y tengo unas ganas locas de llamar al número que pone más abajo o escribir un mensaje a la dirección de correo electrónico. Sin embargo, creo que es conveniente intentar descubrir primero cuál puede ser el contenido de la maleta. ¿Se atreven? Les propongo el siguiente juego literario; escriban ustedes lo que creen podría contener la maleta, un mero material fotográfico como sugiere el autor o autora del anuncio, fotografías comprometedoras, un mortal secreto, o todo es un mero reclamo para que pensemos y no nos aburramos en esta dopada sociedad.

Durante la próxima tertulia se leerán los resultados de tan interesante deducción detectivesca. No se me desanimen. Hasta entonces “que ustedes lo piensen bien”.

 

 

“El misterio de la maleta”

por Rosa Asenjo Orive

 

Como en todos los anuncios de este tipo, puede haber al menos dos lecturas:

-que lo que se dice en él sea mentira, un simple juego, literario o no, o una broma: no ha habido robo, no hay maleta perdida con material fotográfico. Las contradicciones en las que el incurre el autor del anuncio, algunas ya indicadas por Javier, serían una prueba de ello.

 

-Esas contradicciones, sin embargo, pueden ser explicadas, al menos parcialmente, si lo que se indica en el anuncio es cierto  y el que lo escribe se ha dejado llevar por las prisas, la sorpresa, la angustia de la situación en la que se encuentra: alguien ha perdido o le han robado una maleta con material fotográfico que él considera importante y que no quiere que vea nadie y, a pesar de haber puesto una denuncia en un primer momento, parece que se arrepiente e intenta recuperar la maleta ofreciendo retirar la denuncia y sobre todo, ofreciendo una recompensa al ladrón o a quien se la encuentre.

 

Dejándome llevar por la actualidad, qué otra cosa puede contener la maleta que las pruebas gráficas que solucionarían todos los casos de corrupción de los que tenemos noticias, puesto que todos están conectados, llámense Urdangarín, Bárcenas Gürtel o como se quiera: en la maleta estarían los papeles de Bárcenas escritos de su puño y letra y con sus huellas dactilares; los acuerdos internos del Bigotes con Camps y el ex marido de Ana Mato para repartirse las “donaciones” de las constructoras; la carta con membrete de la Casa Real y firma de Juan Carlos avalando a su yerno ante Matas; la transcripción de la conversación entre Sánchez Camacho y Mas en presencia del detective de Método 3 para que se pusieran los micrófonos en el restaurante La Camarga y espiar a todos los que entraran, amigos o enemigos; la firma del ex consejero de trabajo andaluz demandando cocaína a los capos gallegos liderados por el ex presidente de la Diputación de Orense; el pedido de ocho drones de la CIA por parte de Fabra para inaugurar el aeropuerto de Castellón, uno de ellos exclusivamente pintado en rosa como regalo a su querida hija, que podrá decir con razón “que se jodan” al resto de seres vivientes, que no recibirán nada parecido; los resultados de un test psicológico al alcalde de Valladolid intentando encontrar las motivaciones de su aberrante comportamiento en el hecho de que le comunicaron que no va recibir el dron rosa, etc. etc.

 

 

 

 

La maleta y aquellas fotos

por Pilar Flores Martínez

 

Aquella tarde P , llamaremos así a nuestra fotógrafa fantasma, había salido de su estudio con una maleta en la mano y un único propósito, estaba decidida a encontrar al protagonista de sus fotos. Habían pasado varios años y no había vuelto a saber nada de aquel hombre que una tarde de hace ya tres otoños, paseaba por el parque cercano a su casa. Ella creyó conocerlo, pensaba que era un vecino del barrio, y su pasear peculiar por entre las hojas de ocres tonalidades, esparcidas por los caminos ocultos del parque, le hicieron fijarse en él. No caminaba cansado, no caminaba rápido, no miraba al suelo, ni tampoco hacía arriba, caminaba sin camino y miraba sin mirar. La inquietó, la atrajo; algo hundía a su protagonista, algo más pesado que el abrigo, más difícil de llevar que una maleta. Enfocó con su Nikkon.350, esa cámara que durante años la había acompañado por tantos lugares y la había ayudado a poder ver las cosas que el ojo humano no puede ver sin derrumbarse, ese escudo que la protegía de la desgracia ajena, de la guerra, del hambre, de la injusticia,… en tantos países, en tantos lugares distintos y las gentes eran iguales, no, las gentes no, las desgracias. Ahora estaba de nuevo dispuesta a poder mirar, con su escudo protector, a aquel personaje que deambulaba por ese parque. Aún no era de noche, pero ya la luz no dejaba ver con claridad. Su cámara ya había salido de la maleta, estaba delante de su cara, protectora, para poder mirar y ver sin padecer lo que se ve al otro lado. Sin pensarlo su dedo pulsó repetidamente el disparador de la cámara, lo hizo cientos de veces, siguió el camino del caminante como si no hubiera nada ni nadie más en aquel lugar, como si nunca hubiera visto a alguien así… No pudo evitarlo, y le siguió durante un buen rato, siguió disparando como si con ello consiguiera averiguar el misterio de aquel hombre. No era mujer de preguntas, siempre conseguía respuestas a través de su cámara. El mundo, a través de su fotos, le devolvía sin dolor lo que ella no había poder ver. Estaba acostumbrada a no mirar de frente, a no  mirar a los ojos, a no bajar su cámara en ningún momento pero ese día, de hace ya tres otoños, aquel hombre se volvió hacia ella, la miró, ella le miro a través de su objetivo y sintiéndose observada no pudo por menos que quitarse el antifaz que tanto la protegía. Le miró de frente, era la primera vez que unos ojos se clavaban en los suyos.  Por la cara de aquel hombre rodaba lenta, pero sin detenerse, una lagrima, él sonreía, ella no pudo hablar, no supo que decir, quedó en silencio y tras unos segundos le dijo: “Disculpe que le haya tomado unas fotos, esta noche las revelaré y mañana, las traigo en mi maleta y se las enseño, en este mismo sitio… y si me permite me quedo con alguna”.

P reveló las fotos, como profesional aquello no podía llevarle demasiado tiempo, disponía de los mejores equipos de revelado y todo podría estar listo para la tarde siguiente. Cuando las fotos estuvieron preparadas, P no pudo entender lo que en ellas había, ¿qué había fotografiado? ¿Qué estaba pasando? ¿Qué significaba aquello? Sin entender nada sintió la urgencia de buscar a su protagonista. Metió las fotos y su cámara en la maleta y desde hace tres otoños baja al parque a buscar a aquel hombre que caminaba sin camino y miraba sin mirar. Nunca supo su nombre, porque no se lo preguntó.

El pasado día 1 alguien le robó la maleta por eso, si no sabes lo que hay dentro no debes llamar y si la has robado es mejor que aceptes la recompensa…

 

 

“Commissum renuntiare”

Por Javier Alfaya Hurtado

 

Me llamo Ramón pero todo el mundo; mi familia, mis parientes, mis colegas, mi barrio entero, me conoce como “Moncho”. Éste no es un apelativo muy apropiado para el tipo de trabajo que tengo. ¿Que cuál es mi trabajo? Soy ladrón. Bueno, ladrón tal vez sea demasiado pretencioso. Soy descuidero. Un poquito menos que ladrón, digamos. Incluso pensé en darme este “título” en otro idioma; pensé que tal vez en inglés quedaría bien pero ¿saben cómo se dice “descuidero” en inglés? Petty thief , que con el nombre de Moncho ya iba a ser el hazmerreir del barrio. Pues eso, que soy un ladrón normal y corriente, no crean, de ésos que hay en todo barrio o empresa que se precie.

No sé a ustedes, pero a mí me gustan las novelas y las películas policiacas. Y como dicen en éstas el asesino siempre vuelve al lugar del crimen. Y así es en mi caso. No es que vuelva al lugar del crimen, es que vivo en el lugar del crimen. Mi barrio es mi lugar de trabajo. No me da ninguna vergüenza decirlo; me siento cómodo en él y qué mejor sitio para ejercer mi oficio. Eso sí, nunca lo ejerzo sobre mis vecinos sólo sobre los panolis que por allí pasan.

Y el otro día tuve suerte y pasó uno. Un verdadero panoli. Se debió equivocar de barrio pues en el mío sus gafas de pasta, su bufanda fina al cuello, esa chaqueta de profesor universitario americano acompañado de pantalones de color rosa pálido desentonaban completamente en el entorno. Era la perfecta víctima, o como dicen en las pelis, “la víctima propiciatoria”.

Le observé durante un rato y decidí seguirle. Estaba claro que no conocía el barrio para nada. Probablemente había llegado allí por equivocación y se movía como cualquier turista que llega a una ciudad por primera vez, arrastrando una maleta y mirando su papelito con alguna dirección apuntada.

En el momento que se paró en un puesto de periódicos para preguntar algo al kioskero y dejó su maleta suelta, allí estaba yo, discreto, rápido e invisible. En un instante, sin arrastrar, sin hacer el menor ruido, ya le había birlado el maletón y me alejaba de allí sin dejar ni rastro. Me imagino la cara que debió poner el panoli. Debió pensar que eso no iba con él, que la maleta tenía que estar en algún sitio. ¿Quién se iba a llevar una maleta así en plena luz del día, rodeado de tanta gente? Sólo podía ser uno, yo, el Moncho.

En cuanto llegué a casa me puse manos a la obra para poder abrir la maleta. No me costó mucho. Estoy acostumbrado a romper las cerraduras de combinación. Parecen muy seguras pero la verdad es que con una buena palanca se rompen con gran facilidad. Sin embargo, esta vez, no sé por qué motivo, decidí que la maleta podría servir para algo y en vez de romperla me dedique a ella con esmero procurando no estropear el mecanismo de apretura y así poder venderla o tal vez usarla yo mismo en alguna ocasión.

 

La verdad es que la maleta molaba. Era como cualquier otra maleta de esas duras, con dos ruedines para transportar, pero con una forma que, tumbada, parecía casi un baúl de los antiguos. Sin embargo, lo que más me gustó de la maleta era la marca de la misma. Una especie de banderita blanca y amarilla con un dibujo muy curioso; dos llaves cruzadas, sujetas por un bordón rojo y coronadas con una especie de cúpula, gorro extraño o jarrón invertido. Muy original. En cuanto pude abrirla me entretuve mirando lo que había en su interior: unos cuantos calzoncillos y calcetines, unas camisas blancas y unos jerséis negros que no cuadraban con la pinta que llevaba el panoli, un par de pantalones, también negros, unos mocasines del mismo color, unas zapatillas de baño, un cargador de móvil, una bolsa de aseo con su correspondiente cepillo, pasta de dientes, espuma de afeitar, cuchilla y uno de esos peines de carey que ya apenas se usan, y poco más. En fin, que había corrido un grave riesgo para no tener un botín apreciable. Sólo había una cosa más que también desentonaba con todo lo que había dentro, y con el panoli. Una carpetita con el mismo símbolo que el que había fuera de la maleta.

Al principio pensé que se trataría de alguna información sobre la maleta pero al abrir la carpeta me encontré con tan solo una hoja con el mismo símbolo de antes pero esta vez hecho con la marca al agua y con un texto escrito que decía lo siguiente:

Quapropter bene conscius ponderis huius actus plena libertate declaro me ministerio Episcopi Romae, Successoris Sancti Petri, mihi per manus Cardinalium die 19 aprilis MMV commissum renuntiare",…..

Y algo más que ya no recuerdo. Enseguida me di cuenta, pues para eso había estado en el instituto hasta 2º de BUP, que se trataba de un texto en latín. Algo se me había quedado de aquellos tiempos de estudiante; recordaba algo como “O tempora, o mores” que, si no recuerdo mal, quería decir algo así como “Oh tiempos de los moros”.

Visto lo visto y que el botín no valía la pena, me olvidé de todo en cuestión de un instante.

Al cabo de los días, paseando por el barrio en busca de algún entretenimiento descubrí que los árboles y las farolas tenían pegados algunos pasquines como esos donde la gente anuncia sus pisos en venta o alquiler de habitaciones, pintores económicos, asistentas y cuidadores de niños, en fin, los carteles propios de cualquier barrio en una ciudad como ésta. Pero para mi sorpresa, cuando me detuve ante uno de ellos, me topé con una foto de mi maleta, mejor dicho, la maleta del panoli, que no me había dado ningún beneficio. Leí lo que ponía debajo de la fotografía y no salía de mi asombro. Ofrecían una recompensa y mencionaba no sé qué material de foto y la promesa de retirar la denuncia a quien la hubiera birlado.

La verdad es que me resultó extrañísimo pues, o bien yo no había sabido mirar bien dentro de la maleta o se trataba de una maleta exactamente igual que también había sido mingada en el barrio en la misma fecha que yo actué. Demasiada coincidencia, ¿no les parece?

Ahora el problema es que yo ya no poseía la maleta. Se la había vendido a otro colega de oficio a quien llamábamos “El Gamba”.  Su mote no tenía nada que ver con su delgadez o sus piernas, no, en absoluto. Le llamábamos así porque como era cabezón cuando nos metíamos con él, le decíamos “que si fuera gamba sería todo desperdicio”. Al principio se mosqueaba muchísimo pero finalmente hasta él se acostumbró al mote y no respondía si no se le llamaba por éste, “El Gamba”.

Fui a buscarlo a su casa y allí me dijeron que la había “palmao”. No daba crédito a mis oídos. Cuando me contaron cómo ocurrió aún me parecía menos posible su muerte; le habían atropellado cuando iba con la maleta. Lo más curioso es que el coche no paró y la maleta desapareció en cuanto fue arrollado. Me empezaba a poner nervioso. Una maleta que no contiene lo que dicen que debe tener, la muerte de un colega que iba con esa maleta, un texto con latinajos que no había quién lo entendiera y una marca que no era tal.

Yo no es que sea un “lumbreras” pero tampoco soy como ésos que tienen menos luces que una patera. Algo olía mal en todo esto. Yo no había sacado nada en limpio con la maldita maleta pero todavía guardaba una baza en la manga: el papel con el texto en latín aún estaba en mi poder.

¿Quién me podía ayudar a traducirlo sin que sospechara nada? Exactamente, el cura de la parroquia del barrio. Un viejo que habría seguramente dado misas en latín pues rancio era un rato el tío. Allá que me fui. Entré en la sacristía después de la misa de 8; salvo un par de viejas no había nadie más en toda la nave así que la sacristía estaría vacía.

Me acerqué y allí estaba el curita, quitándose su disfraz de color verde con bordados dorados para dejar al descubierto un jersey negro, una camisa blanca, y sus pantalones y zapatos también negros. Todo me resultaba familiar. Le conté una milonga sobre el papel y se lo entregué. Alargó la mano, lo miró, me miró, y su rostro se transformó en una especie de máscara terrible para inmediatamente recuperar esa falsa sonrisa de bondad.

Me dijo que lo acompañara a un cuartito detrás de la sacristía y allí me ofreció algo de beber. Me dejó allí sentado y con la excusa de ir a buscar un diccionario para poder traducir mejor el texto salió y cerró la puerta tras de sí.

 Sigo aquí sentado pero ahora mi cuerpo tiene una pesadez enorme, como cuando uno se despierta de una siesta en verano e intenta mover un brazo primero y luego una pierna pero no puede pues parecen de plomo. Así me siento ahora. Mi vista se nubla poco a poco…..acabo de percibir algo como el símbolo de la maleta…….está por todas partes……. No creo que sea el fabricante y se haya mosqueado porque a uno de sus clientes le han birlado una simple maleta. Tal vez todo tenga que ver con el texto en latín pero aún no me lo ha traducido…….¿qué dirá?......me duermo……¿pueden ustedes, que ya lo conocen, echarme una mano?.......me duermo………..

 

 

Recompensa

Por Emilio García Prieto

 

Es viernes, 1 de febrero. Manolo ese día tiene que trabajar, así que se ha levantado pronto. Es muy respetuoso y cumplidor con su trabajo y, aunque le cuesta despertarse, se tira de la cama y se mete en el baño. Los días que trabaja, que no son todos, le toca “disfrazarse” de persona normal, es decir, tiene que bañarse, afeitarse y vestirse discretamente. Así lo hace.

Terminado el acicalamiento, aunque todavía adormecido, a pesar de la ducha y demás tareas de limpieza personal que ha tenido que realizar, se lanza a la calle decidido a que sea un buen día. Qué mejor manera de empezar un buen día que hacer una paradita en el bar de Pepe para tomarse “lo de siempre”, un café solo y un chupito de coñá. Ambos reconstituyentes, más la charla con Pepe, le sitúan en una posición inmejorable para abordar el difícil día.

Manolo se mete en el metro. Este es su lugar de trabajo. Su profesión es la de “descuidero”, apropiarse de todo tipo de bolsos, carteras, maletas y maletines, al descuido de sus propietarios. El metro es un buen lugar para trabajar, aunque últimamente se le ha puesto más difícil con las recientes redadas de la policía y el mayor control. Pero bueno, nadie dijo que ganarse la vida fuera fácil.

Se sienta en su vagón y observa. De momento no ve ninguna ocasión posible; una señora parece tener su bolso desatendido, pero cuando piensa que podía atreverse comprueba que se lo cambia de posición y lo agarra con fuerza. Nada que hacer.

Va pensando que el metro es uno de los mejores observatorios de la vida: mucha gente leyendo, a veces los periódicos gratuitos, otras, algún libro, muchos más jugando con los teléfonos móviles, alguna tía buena –no muchas-, casi todos con cara de sueño a esas horas de la mañana, pocas risas y muchas caras serias. Y lo que es peor, poco negocio.

Manolo, después de recorrer el trayecto completo, decide cambiarse de línea a ver si tiene más suerte. Se va a la ocho, la del aeropuerto, donde suele haber más posibilidades. Recorre los vagones pero no ve nada que se le ponga a tiro. Llega a Barajas y decide probar suerte allí. Se para en la T1 y recorre la terminal con los ojos muy abiertos.

Hay un tipo, rodeado de maletas, que le llama la atención. Su cara le suena, “debe ser un personaje o un político” se dice a sí mismo. El ve poco la tele por lo que no está muy al tanto de lo que pasa, pero esa cara le suena. El tipo se marcha, parece que al baño, y deja las maletas solas. Manolo no se lo piensa. Se acerca, coge una de ellas, no muy grande ni muy pesada y se va a toda prisa en dirección a la entrada del metro.

Relajado y sentado en el vagón con su maleta entre las piernas, Manolo piensa que al final ha tenido suerte: el día se presentaba mal pero se ha arreglado. Ya tranquilo empieza a elucubrar sobre el contenido de la maleta. Le gusta hacer eso, pensar en los posibles contenidos de lo que “descuida”; muchas veces la realidad le desilusiona, pero muchas otras le sorprende. ¿Qué le pasará hoy? ¿Será de los días ilusionantes o de los decepcionantes? Le queda tan solo unos minutos para saberlo.

Sentado en el sofá de su casa Manolo empieza a abrir la maleta. Como era de esperar, la maleta está cerrada.  Intenta abrirla con la ganzúa, pero no puede.  Tiene una clave y resulta imposible maniobrar la cerradura. Esto le produce cierto desasosiego, pero a la vez le hace pensar que si se han tomado tantas precauciones para cerrar la maleta será porque su contenido es valioso.

Abrir una maleta, por muchas claves que tenga, no es un problema para Manolo que ha dedicado su vida a abrir artefactos de todo tipo. Para ello, tiene la herramienta necesaria, la busca y consigue abrirla. Se queda pálido cuando ve su contenido, pálido de la emoción, pero sobre todo del miedo que le entra. Se sienta de nuevo en el sofá para tranquilizarse y, conforme investiga más el contenido de la maleta, más miedo le entra.

“Calma” se dice a sí mismo. Poco a poco consigue calmarse y se pone a pensar qué puede hacer con la maleta. El contenido es suficientemente comprometedor como para ponerlo en manos de la policía, pero primero no es él una persona que se fie de la “bofia”; tendría obviamente que reconocer que la ha robado y además conocer el contenido es un riesgo en sí mismo.

Abrumado por la situación, decide guardar la maleta y esperar a otro momento para tomar una decisión. “A ver si se me ocurre alguna idea brillante”, se dice.

Esa idea brillante no viene, la maleta sigue escondida en su casa y Manolo vuelve poco a poco a su actividad normal.

Un día, paseando por la calle Colón, cerca de la plaza de San Ildefonso, se encuentra con un cartel en el que se ofrece una recompensa por devolver su maleta robada, es la suya no hay duda porque es inconfundible. Este hecho le devuelve el problema que había casi olvidado y decide resolverlo de una vez, para lo cual se va al bar de su amigo Pepe a charlar con él y buscar una solución entre los dos.

Después de muchas copas y mucha charla encuentran la decisión. Manolo está convencido de que es la buena, así que se toma la última con Pepe y, un poco cargado se va a su casa. Con el deber cumplido y sin maleta en la casa, duerme profundamente.

Al día siguiente, totalmente recuperado, sonriente y feliz por haberse quitado esa carga de encima se baja a ver a su amigo Pepe. En el camino compra EL PAIS. Lee la portada “BÁRCENAS GUARDABA DECENAS DE FOTOS DE RAJOY RECOGIENDO SU SOBRE”. Manolo sonríe y pide su café solo y el chupito de coñá.

 

“La maleta”

por Isabel Alfaya Hurtado


“Desde que leí aquel anuncio ya no pude dormir con tranquilidad. La angustia y el nerviosismo se apoderaron de mí.
- Me han descubierto, será un escándalo para la editorial, mi carrera arruinada. ¡Qué desastre!
Antes de llamar al número de teléfono que aparecía llamé a mi amigo Raúl, especialista en derecho de propiedad intelectual, que de tantos apuros me había sacado en los últimos años.
-Raúl, ¿en cuántos años prescriben los derechos sobre obra gráfica? Su respuesta me tranquilizó.
Con la seguridad recuperada marqué el número y como una ametralladora espete a mi interlocutor, que tan sólo dijo:
-¿Dígame?
-Sí, encontré la maleta mexicana con los negativos sobre la guerra civil, el libro ha sido un gran éxito de ventas. La publicación es legal, sus derechos como heredero están prescritos.
-¿Qué dice? ¿Se ha vuelto loco?, la foto se publicará mañana en toda la prensa. Ya no me importa el contenido de la maleta, mi mujer, buena previsora, guardó la tarjeta de la cámara en una caja fuerte. Nadie me pisará la foto, está en todos los medios de comunicación.
-¿Cómo?
- Sí, mañana podrá ver en todos los periódicos nacionales a Aznar, Rajoy y Bárcenas esquiando en una estación en Suiza. Ya no podrán seguir engañándome.
Dijo esto y colgó súbitamente."

 

 

 

 

 

 

 

“Recompensa 1”

por José Luis Gómez Sierra

 

 Estamos ya a 28 de febrero y nadie ha llamado” pensaba Martín. “Veo que mis planes se truncan por un descuido. Juro que no me volverá a pasar. Toda la vida oyendo que no cuidaba mis cosas…”

 

Martín tenía un vuelo reservado para el 7 de marzo. Se iba a Berlín. Había aceptado una oferta de trabajo en el estudio del fotógrafo Elger Esser. Le habían ofrecido un periodo de prácticas tras haber acabado sus estudios de comunicación audiovisual en Madrid. Era el momento perfecto para poner distancia, pero la maleta era imprescindible.

 

En la maleta, Martín tenía todo el material necesario para llevar a cabo el trabajo en el estudio. Entre otras cosas, llevaba su Nikon FM2, una cámara réflex clásica que le había dado muchas satisfacciones. Ahora que todo lo digital estaba tan de moda, Martín seguía utilizando su cámara analógica para guardar aquellos momentos que eran importantes para él.

 

Julia - En la maleta estaban los últimos recuerdos de Julia. Unas fotos que Martin le había hecho en Lanzarote el verano antes de separarse. Antes de que les separaran. Fotos de su pelo, su sonrisa, sus ojos, sus manos…

 

Berlín era la oportunidad perfecta para empezar de nuevo, pero no podía ir sin su maleta. Sin su Nikon FM2 y sin sus fotos. Empezar de nuevo no significa olvidar. Sus fotos eran sus recuerdos y él recordaría siempre a Julia.

¿Por qué nadie llamaba?

 

“Recompensa 2”

por José Luis Gómez Sierra

 

Su trabajo desde hacía tantos años, perdido. Mejor dicho, robado, que era lo más frustrante. Y no solo era su trabajo, sino su obsesión, su pasión, su “pequeño tesoro” como a él le gustaba llamarlo.

 

Para el resto de los “mortales” esto parecería una tontería: ofrecer una recompensa de mil euros por una maleta que solo contenía fotos, ni siquiera una cámara o unos objetivos que es lo que más valor económico tiene. Pero para él, esas fotos tenían más significado que su propia existencia, por el hecho de que esas fotos se habían convertido en su existencia.

 

Nunca fue un niño normal. Cuando tenía 6 años, sus padres le dijeron que era autista. El mundo le era indiferente, pero procuraba entremezclarse con su ritmo. Siempre insatisfecho, sin preocupaciones ni ataduras, la única meta era seguir viviendo.

 

Todo cambió cuando le regalaron su primera cámara, tras una terapia de grupo en la que el asesor le había dicho a sus padres que quizás fotografiar el mundo le ayudaría a sentir emociones acerca de lo que veía. Y en cierta medida, funcionó. Pero de una manera un tanto distinta. Ideó algo tan fácil e inocente que nadie se negaba a colaborar. Gabriel le decía al modelo que iba a fotografiar que no pensara en nada, y justo antes de disparar la cámara le decía un cumplido. De esta manera quedaban reflejadas las emociones que la gente sentía con los cumplidos.

 

Comenzó por cumplidos, y fue evolucionando. Noticias tristes, insultos, mentiras, y todo tipo de estratagemas para conseguir diferentes emociones en las caras de los fotografiados. Quizás al día conseguía cinco fotos, que su Polaroid revelaba instantáneamente. Gabriel las metía en su maletín, y al llegar a casa se pasaba varias horas observándolas, intentando memorizar cada rasgo, cada gesto, para intentar imitarlos. Y después las metía en su maleta.

 

A base de copiar las emociones de los demás, Gabriel creía poder ser normal. Cada emoción, diferente, su cerebro, una base de datos con más de 2000 emociones distintas copiadas y guardadas que él podía pegar sobre su cara cuando era oportuno. Pero cada cierto tiempo, su base de datos sufría un borrado completo. Su terapeuta decía que era cosa del autismo, las pérdidas de memoria de cuando en cuando. Entonces Gabriel se pasaba días sin dormir volviendo a memorizar las fotos.

 

¿Qué iba a hacer ahora? ¿Volver a ser el muñeco inexpresivo que era cuando tenía 6 años, pero ahora con 32? ¿Enfrentarse al rechazo de los demás de nuevo? No quería volver a tener que preocuparse por eso, y por ello era mejor fingir.

 

Era consciente de que no era del todo humano, sino como una máquina. Foto, copiar, guardar, pegar. Y así constantemente. Pero mejor ser una máquina que estar muerto del todo. Mejor una chispa eléctrica que las cenizas humeantes de un fuego que pudo ser pero no fue.

 

O eso creía él. Su terapeuta no tanto.

 

 

 

 

 

 

 

 

“Recompensa: Juego Literario”

Por Teresa Pedraz

 

Yo pienso que la maleta contiene exactamente lo que dice, “Material de foto”. Probablemente su dueño es un fotógrafo profesional y llevaba una cámara de las grandes y buenas, con objetivos y obturadores, filtros polarizadores, etc. (no soy experta y no sé si estas palabras son correctas); incluso algún trabajo ya revelado en papel –para colmo, puede que tuviera que entregarlo en un plazo de tiempo determinado.

Dices que es una maleta de las de viaje, rígidas, aunque no especificas el color; en este mes he tenido que ir un par de veces al aeropuerto para despedir a personas que viajaban al otro lado del planeta, y en los mostradores de facturación de larguísima distancia, al ver algunos maletones de color plateado los equiparaba con esos que llevan los camiones de TVE con las cámaras. Por eso he pensado en la similitud.

Se habla de recompensar a quien conozca el contenido. En mi opinión, solo la persona que ha robado y abierto esa maleta sabe tres cosas:

-que seguramente los materiales cuestan mucho dinero

-que le va a resultar difícil venderlos

-que su dueño ha perdido algo de gran valor, no solo material, sino también profesional y, tal vez, sentimental

Por eso, ha de preferir una “rica” recompensa a una pérdida de tiempo buscando comprador o llevando lo robado a un perista ( o un Cash Converter por el que no le darían apenas nada).

No creo que mi solución al misterio sea imaginativa, pero a veces la realidad supera a la ficción. ;)

 

 

 

 

 

 

 

“Solución al enigma”

por Blanca Admetlla

 

El anuncio de la maleta es un reclamo publicitario para acudir a ver una exposición de fotografía. ¿Por qué? El redactor-diseñador del anuncio, y quizás vosotros también, conocía la historia de “la maleta mexicana”, aquel conjunto de cajas que contenía material fotográfico de los foto-reporteros David Seymour, Robert Capa y su novia, y que tras más de 70 años de periplo por diversos países de Europa y América, llegó por casualidad a las manos de un director de cine mexicano.

Es una historia bellísima, digna de ser novelada y filmada, que nos resulta especialmente atractiva, no sólo por los tintes épicos de la biografía de sus protagonistas sino también por la valiosa colección de imágenes que nos revela de nuestra Guerra Civil. Hay fotos de la batalla de Teruel, de la batalla del Segre, del éxodo de refugiados hacia la frontera francesa, de un Madrid destruido, de la Pasionaria, del frente de Segovia, de la batalla de Brunete, donde murió uno de ellos. Los negativos, como en una de esas películas antiguas de guerra donde una flecha de trazo grueso avanza sobre el mapa, recorrieron Hungría, París, Burdeos, embajadas, consulados, trasteros…Nunca se supo cómo los negativos llegaron a la Ciudad de México.

En 1979, queriendo reunir la obra de su hermano con motivo de una exposición retrospectiva en la Bienale de Venecia, Cornell Capa hizo un llamamiento a la comunidad internacional para encontrar el paradero de esos negativos. El mensaje recuerda al de nuestro enigma: “…Todos los intentos de encontrar la maleta han sido en vano. Naturalmente, puede producirse un milagro. Si alguien tiene información sobre la maleta, que se ponga en contacto conmigo, y tendrá de antemano mi infinita gratitud.”

El pasquín que viste retrata la vieja “maleta mexicana”, y con la noticia del robo fingido,  llama la atención del transeúnte, que –conocedor de la historia- inmediatamente asociará al fundador de la Agencia Magnum, y sentirá una curiosidad enorme por visitar la exposición de fotos en la galería anónima cuyo número de teléfono aparece en la parte inferior del anuncio. Publicidad selecta, y únicamente eficaz para los verdaderos expertos en el tema.

 

 
 
 
 
 
“La maleta”
 
por Beatriz Monge
 
 
Antes de referir esta historia, he de admitir que atravieso por un momento delicado, casi a las puertas de un despido, y después de que mi mujer, cansada de mi conformismo, se haya ido a vivir a otra ciudad, en busca de una vida, que dice, no soy capaz de ofrecerle. No sé si será, como digo, por estar en horas bajas, que camino mirando al suelo más de lo que debiera y que descubro aspectos del paisaje que en otras circunstancias, y con la mirada al frente, me hubieran pasado inadvertidos. Así fue cómo, hace unas semanas, mis ojos se encontraron con un bulto a medias escondido, detrás de la pared que media entre dos casas de planta baja delante de las que paso un par de veces al día. El bulto no era otra cosa que una maleta que se me ofreció misteriosa, una vez despojada de una rama de hiedra que apenas la cubría.
 
Una maleta. Sin ningún detalle que la hiciera diferente de otras maletas, ni muy grande ni muy pequeña, pero que, se me ocurrió en ese instante, encerraba la novedad, la aventura que a mi vida le faltaba. La hice rodar suavemente, y descubrí que no era ni pesada ni liviana, y de un color gris indefinido, al menos para un hombre, pues una mujer podría haber completado esa cualidad cromática con el exacto tono en la gama de grises que va del perla al marengo. 
 
La conduje hasta mi casa, con la agitación del muchacho que hurta un movimiento o esconde un gesto a los ojos de un adulto y la coloqué en una pared visible del salón. No debo negar que mi impulso más inmediato, una vez instalada, fue el de abrirla, primero aplicándome en la combinación de dígitos que completaran la clave exacta. Luego, tras incontables e infructuosos intentos, acudiendo a la cocina para armarme de cuchillos, tijeras y todo el material a mi alcance para forzarla… No sé qué me detuvo, quizá el pensamiento de que iba a hacer uso de la fuerza para invadir un espacio y un contenido que no se me brindaban por impulso propio. La estuve así mirando un largo rato, intentando descifrar el enigma de su llegada inesperada y terminé concluyendo, confieso mis tendencias deterministas, que había una razón concreta en nuestro nada azaroso encuentro.
 
Como soy fatalista pero no loco, he ideado una posible manera de averiguar quién puso en mi camino la maleta y el contenido que la misma esconde. He pegado por todas las farolas de mi calle un anuncio con el siguiente texto: 
 
RECOMPENSA 

Se ofrece recompensa a la persona que me robó esta maleta el viernes 1 de febrero con material de foto. 

Prometo retirar la denuncia y pagar a quien lo devuelva. Llegaremos a un acuerdo. Si no conoces el contenido de la maleta no llames por favor. 

620705213 

maletarecompensa@gmail.com 



Quise redactar el reclamo de una manera ambigua, pero sugerente, que atrajera y disuadiera al mismo tiempo, que dejara entrever algo de lo que imagino podría contener y que ofrezca la posibilidad, al que conoce su interior, de recuperarlo para siempre: esa será su recompensa. Eso sí, en el trato, dejaré bien claro al dueño del contenido que quiero permanecer con la maleta.

 

 

La maleta

por Antonio Feliz

Efectivamente pienso que el anuncio tiene trampa pero no acabo de descubrir cuál puede ser.

 

El anuncio parte de que alguien le robó la maleta el viernes 1 de febrero. Por lo tanto el anunciante debe tener alguna pista o idea del motivo del robo, posible ladrón y, por supuesto, sobre el uso que el cleptómano puede hacer del confesado contenido, es decir, material de foto.

 

El material de foto puede ser muy variado, desde equipo fotográfico a fotografías comprometidas o incluso fotocopias. Lo que sí parece claro es que el anunciante prefiere mantener a la policía fuera del asunto o, en su caso, si no fuera posible curarse en salud de que se ha violado la intimidad y protección de los datos o imágenes que contiene la maleta, más que el material fotográfico si fuera el caso, a no ser, lo que parece improbable, que el mismo material tuviera un origen irregular o ilegal.

 

Al pedir que quien no conozca el contenido de la maleta no llame parece indicar que no quiere llamadas de oportunistas o mentirosos que quisieran cobrar la recompensa o inquirir sobre su contenido, posibles pistas de dónde se la robaron, etc. Está claro que quiere negociar directa y únicamente con el poseedor de la maleta en el bien entendido de que éste ya sabe que el contenido de la misma es material delicado, comprometedor y seguramente por el que podría obtener algún tipo de compensación si lo entregara a terceros interesados o lo publicara en los medios. Parece pues que el contenido es prueba de algo ilícito o delictivo.

 

Como cada día tenemos noticia de situaciones similares uno bien podría pensar que la maleta tiene información perdida por LB relativa a la contabilidad B del PP, a fotos de la princesa Corina, fotos de una trabajillo de Método 3 o cualquiera de los muchos casos de los que nos habla la prensa cada día pendientes de esclarecer.

 

O sea que, desde que difundiste el anuncio no paro de observar por todas partes, allá por donde transito, hasta en las casas de mis amigos, a ver si por casualidad la extraña maleta sale a mi encuentro o el eco de alguna noticia sobre ella y su contenido para, por lo menos enterarme de un secretillo más de esos que la vida nos depara para no dejar sorprendernos y hacerse más amena.

 

PD. Por si acaso, aunque el anunciante se moleste, le pongo en copia para ver cómo reacciona. Eso no me lo pierdo. Tampoco soy tan pardillo como para hacer caso de corruptos o creadores literarios que siempre quieren jugar con las persona y sacar provecho.

 

 

 

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